miércoles, 19 de febrero de 2014

Verdades automáticas

Lo teníamos todo tan claro que terminamos viendo borroso. Supimos que al final de la autopista no había ninguna carretera con nuestro nombre, así que sin destino, decidimos abandonar. Supimos que era fácil subir un peldaño sin saltárselo, que las cruces de la vida se reducían a verdad y mentira. Que la verdad dolía un instante y la mentira una eternidad. Aprendimos  a querernos rápido pero mal, al descompás de unas olas vacías. Y supimos que nadie nos recordaría, que nunca nadie tendría memoria de nosotros. Recordamos en flashes esporádicos nuestros ojos en tensión por un adiós que no llegaba y un saludo nostálgico nos lleva a viejas vanguardias que no supimos desdibujar.

Si nos vieran desde lejos, con los ojos clavados en el cielo, sabrían que nadie pudo haber amado más torpemente que nosotros. Que los silencios dejaban de ser incómodos cada vez que me hablabas con los ojos. Que el miedo pasó a ser un vértigo controlado por dosis biomédicas que nos ayudaban a levantar cabeza cada vez que esta se caía al suelo. Y si nos vieran desde lejos, con los ojos clavados en el cielo y la frente marchita, sabrían que nadie pudo haber luchado más vivazmente por nosotros. Que hicimos de la locura un instinto carnal que todavía perdura en la punta de mis dedos. Y que fuimos capaces de erizarnos la piel con solo un soplo de aire vacío. Y aunque la historia no nos enmarque en sus libros, ni la literatura en su prosa, ni la medicina en su ciencia, ni la poesía en su esencia, ni el teatro en su escena, la memoria indestructible de mi vida te recordará cada vez que alguien, a lo lejos y sin conocerte, redacte tu nombre en alguna línea. Amor. Y no seré capaz, por muchas décadas que pasen, de no relacionarte con nombres como primavera, rosal o aventura. Entre tantos motes infinitos que te definen sin ni siquiera tú saberlo.

Fuimos  aves sobrevolando el triste gris de la Tierra, fuimos gatos pardos en la noche buscando algún lugar para refugiarnos de tanta ternura, fuimos tempestades inmensas que dejan huella en poblaciones indestructibles. Fuimos todo lo que pudimos – y supimos- y sin lastimarnos nos dejamos poco a poco. La incoherencia y el sinsentido pasaron a recobrar sentido cada vez que repetías mi nombre, ya sin amor, ya sin pasión, ya sin beso final. Y un día, tras chocarme contigo en un bar, vi que tus ojos miraban distinto a otros ojos. Que tus pupilas les decían cosas que yo ya no podía comprender. Y supe que mi turno había acabado, que el plazo de tiempo en tu vida había caducado y que no quedaban espinas a las que agarrarse. Y te deje ir, como vuelan las dudas de tu mente cada vez que me recuerdas. Y sin reproches ni alegrías, supe que nunca habías sido mía, pero que conseguí algún día hacértelo dudar. Y que, a pesar de mis párpados caídos, de mis brazos flojos y mis cejas fruncidas estaba feliz por haber recorrido un camino tan largo contigo. Más de 2907 km de la mano no podían ser en vano. Y supe que te quería en el mismo momento en que te dejé de querer, varios años después.   Y conseguí olvidarte cuando tu memoria me lo permitió. Y ahora, que eres libre y muda, espero estar a tiempo de agradecerte tus muletas en mis días difíciles, tus pies cuando no podía andar, tu cabeza cuando el raciocinio se escapaba de mí ser y tu corazón cuando con el mío no bastaba. Te estaré eternamente agradecida por haberme hecho brillar.